No lo llames amor... llámalo X (2011)

En “No lo llames amor… llámalo X” conoceremos al director de cine porno Pepe Fons, quien tras casi veinte años de sequía creativa decide que le debe a su público una última película. Aunque su público, la verdad, no le ha pedido nada. Es así como nace la mayor producción española de cine porno de la historia: “El alzamiento nacional”. Pepe tiene un sueño, que es revivir sus años dorados como director y que la Guerra Civil Española tenga, por fin, una película X que le haga justicia. Lo que no sabe es que en este entorno tan poco dado al romanticismo, rodeado de sexo y de personajes extremos y patéticos, vivirá las tres historias de amor más bonitas que pueda recordar

IMDB

Director: Oriol Capel

Critic
Una oportunidad perdida para sacudirse fantasmas del cine español y proclamar el amor por el celuloide bastardo y de catacumbas. “No lo llames amor… llámalo X” se queda en papel mojado, en la parodia barata y el chascarrillo.
La descripción de “No lo llames amor… llámalo X” (ver tráiler y escenas) como comedia romántica entre bastidores del porno no es del todo correcta: las tres historias son de pareja, sí, pero poco tienen de comedia y el contexto del rodaje de una película porno es más una anécdota que una invitación a la provocación y la sicalipsis. O sea, comedia blanda —y blanca— de ternura intensa y sexo casi mojigato, ni siquiera aprovechado para un deseable retrato de la España de cara B, el mundillo del porno entendido como recorrido por la historia alternativa de un país, como dice el director Pepe Fons (Mariano Peña), hecho de contraposiciones y enfrentamientos, pero instintivamente unido por la jodienda.



Oriol Capel, guionista de las series “7 vidas” (1999-2006) y “Aída” (2005-), apunta bajo la producción de Nacho G. Velilla —para quien ya escribió los libretos de “Fuera de carta” (2008) y “Que se mueran los feos” (2010)— una comedia juguetona y con visos de incorrección, pero en última instancia incapaz de transgredir límite alguno y más cercana a la tragicomedia excesiva de Daniel Sánchez Arévalo —el niño perdido, la enfermedad súbita e irreversible—. El resultado, en fin, es una obra que en su premisa contendría cine reivindicativo y al margen, pero que en realidad fracasa en su inocencia y pocas ganas de soltar una bofetada a un género casi estandarizado por nuestros propios lugares comunes. Dicho de otra manera, en la oportunidad más propicia para sacudirse fantasmas particulares —la Guerra Civil, la esencia misma de la derrota—, todo queda en papel mojado, parodias baratas y chascarrillos —”Tetanic”, “Puti woman”, “Sin condón” y otras— que ni siquiera abogan por el cariño por el arte bastardo, el amor por las catacumbas que profesaba Ed Wood con toda su alma, pero que aquí se desdeña en el estreno final dando a entender que, a fin de cuentas, la película era lo de menos



Así es como lo que debía ser sorprendente sólo es decepcionante. Poco importa que Carlos Areces se convierta en un Franco más dispuesto al amor que a la guerra, poco que el elegido modo narrativo —el documental simultáneo al rodaje— insinúe una estructura prometedora, o que Adriana Ozores sea la más notable en un reparto solamente correcto. Al final, el romance que se proclama a los cuatro vientos es el de siempre —perfectamente legítimo, y por triplicado—, el de la pareja que se quiere, se hace daño y se reconcilia pese a la adversidad. Y no el romance con el cine a cualquier precio, la vida necesitada de una cámara y hasta el estreno en la Gran Vía. Una lástima.
Calificación: 4/10